“Hay
un desarrollo que va de los fenómenos transicionales al juego, de
este al juego compartido,
y de él a las experiencias culturales.”
Donald
Winnicott
Más
allá de todas las teorías en torno al juego de los niños, hay un
hecho que hoy en día no podemos soslayar. Gracias a las ecografías,
y con un poco de suerte, en torno a la 20ª semana de embarazo
podemos observar claramente cómo el bebé se chupa el dedo, juega
con el cordón umbilical, se interesa por su cuerpo, acaricia su cara
con sus manitas, y se toca sus bracitos y piernas.
¿Puede
significar esto que venimos al mundo constitucionalmente,
genéticamente, predispuestos a jugar?.
En
su libro Realidad y juego, Donald Winnicott se apresura a estudiar
los primeros juegos de los niños a través de lo que él llama
“objeto transicional”. Pero no deja de señalar el que en un
primer estadio, antes de pasar al objeto transicional, el bebé se
chupa el puño, los dedos, los pulgares, quizás como una
gratificación de la zona erógena oral.
Al objeto transicional
Winnicott lo denomina el no-yo, ya que dejando a un lado el pecho
materno, este objeto será el primer objeto real que tenga cabida de
manera paulatina en su mundo. “Introduzco
los términos ‘objetos transicionales’ y ‘fenómenos
transicionales’ para designar la zona intermedia de experiencia,
entre el pulgar y el osito, entre el erotismo oral y la
verdadera
relación de objeto, entre la actividad creadora primaria y la
proyección de lo
que
ya se ha introyectado, entre el desconocimiento primario de la deuda
y el reconocimiento de ésta ("Dí-ta ").”
Son objetos que no se reconocen aun como pertenecientes al mundo
exterior, lo mismo que el primer parloteo, la melodía que susurra
antes de irse a dormir, todo esto queda en una zona intermedia entre
la capacidad del niño de reconocer la realidad y aceptarla como tal
y su creciente capacidad para ello, y que en la vida adulta daría
lugar al arte y la religión, esto es, a la ilusión. A esto
Winnicott lo llama fenómenos transicionales.
Winnicott se refiere a
lo que
tiene que ver con la primera posesión, y con la zona
intermedia
entre lo subjetivo y lo que se percibe en forma objetiva y que es ese
primer momento en que mientras se chupa el pulgar con la otra mano el
niño introduce en su boca la punta de la frazada, o de una
servilleta en su boca y la chupa, y que es muy posible que sea una
actividad que va unida a una serie de fantasías, a la formación
del pensamiento. Más adelante puede que el niño encuentre algún
objeto blando, o de otra clase, y lo use, y entonces se convierte en
lo que Winnicott llama objeto transicional. “Este objeto sigue
siendo importante. Los padres llegan a conocer su valor y lo llevan
consigo cuando viajan.
La madre permite que se ensucie y aunque tenga
mal olor, pues sabe que si lo lava provoca una ruptura en la
continuidad de la experiencia del bebé, que puede destruir la
significación y el valor del objeto para éste.” Todo
esto sucede aproximadamente entre los 4 y 6 meses hasta los 8 y 12
meses. Esta pauta puede mantenerse en algunos niños para el momento
de antes de irse a dormir o cuando padece de un ánimo deprimido. Y
aunque en niños sanos la pauta se amplía integrando objetos nuevos,
la pauta de conducta temprana puede reaparecer ante la amenaza de
una privación. No existe ninguna diferencia significativa en cuanto
al objeto transicional entre niñas y niños. Las diferencias
aparecen más adelante cuando los niños integran otros objetos
nuevos: los niños se decantarán más rápidamente por objetos duros
y las niñas por objetos con los que puedan formar una familia
(ositos, muñecas).
Con
el tiempo, el objeto transicional pierde significación, queda en una
especie de limbo a medida que la experiencia del niño se va
expandiendo a todo el mundo sociocultural que lo rodea, y entonces el
niño ya distingue perfectamente entre el mundo interno y el externo.
Si las cosas salen bien, dice Winnicott en relación al destete y a
los fenómenos y objetos transicionales, el niño podrá asumir
desilusiones y sabrá capear las frustraciones.
El proceso se puede resumir de la
siguiente manera:
- El niño y el objeto se encuentran fusionados.
- El niño rechaza y reacepta el objeto en un ir y venir de la madre que se lo devuelve. El niño experimenta esto como un control mágico. Comienza un proceso en el que la omnipotencia intrapsíquica va siendo reemplazada por el dominio de lo real.
- El niño juega solo en presencia de alguien (normalmente la madre).
- El niño y la madre juegan juntos pero siguiendo las pautas del juego tal y como lo escenifica el niño.
- Juego en relación. Cada uno aporta su propia forma de jugar.
En
cualquier caso, la
zona de ilusión o “zona intermedia” no desaparece nunca del todo
ni siquiera en el adulto, de ahí que podamos crear arte, religiones
y toda la experiencia cultural en su conjunto. Sea como sea, el juego
es algo universal y atañe a la salud del niño. “Al
jugar, [el niño] manipula fenómenos exteriores al servicio de los
sueños, e inviste a algunos
de
ellos de significación y sentimientos oníricos.
Hay
un desarrollo que va de los fenómenos transicionales al juego, de
éste al juego
compartido,
y de él a las experiencias culturales. … en
él, y quizá solo en él, el
niño
o el adulto están en libertad de ser creadores.”
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