De acuerdo con Margaret
Mahler, a partir de los 15 meses, el niño entra en la que ella
denomina fase de separación-individuación que como su nombre indica
es la fase en la que el niño sale de la fase simbiótica con su
madre para ir separándose paulatinamente de ella y encontrar su
propio yo.
En realidad la separación y la individuación son dos
procesos complementarios. La separación es lo que hace que el niño
siga una trayectoria de diferenciación respecto de la madre, “el
distanciamiento, la formación de límites y la progresiva
desvinculación.” La individuación son los logros del niño en
asumir su propia identidad, autonomía psíquica que incluye el
desarrollo de la memoria, de la inteligencia, etc. Se trata pues,
de un re-nacimiento que Mahler describe como “una ruptura
definitiva de la membrana común madre-hijo.”
Dentro de esta fase se pueden identificar 4 subfases que se corresponden con cada etapa del desarrollo cronológico del niño hasta los 3 años.
Dentro de esta fase se pueden identificar 4 subfases que se corresponden con cada etapa del desarrollo cronológico del niño hasta los 3 años.
En la fase que va de los
15 a los 24 meses nos hallamos ante la subetapa de acercamiento que
consiste en el redescubrimiento de la madre por parte del niño que
ahora ya es un individuo separado de aquélla, y por un regreso a
ella tras las correrías que se suceden durante un más o menos breve
periodo de ejercitación en el que el niño comparte con su madre sus
descubrimientos y experiencias una vez la siente como una parte
separada de sí mismo. A este pequeño “deambulador” le encanta
estar separado de su madre pero también unido a ella, así que esta
subfase se caracteriza justamente por berrinches, quejas y humor
triste con fuertes reacciones de separación.
Los berrinches y ese mal
humor son una crisis temporal del niño que Bath (1994) definió como
la reacción natural del niño cuando no consigue regular sus
impulsos emocionales lo que desemboca en una “aparente pérdida del
autodominio” mientras descarta ciertas normas de conducta
aceptadas previamente y en un grado tal que parece desproporcionado
frente a cualquier situación.
Se ha atribuido la causa
de los berrinches a diferentes cosas (aparte de la sugerida por
Mahler): frustración objetiva o verbal del niño, su enojo, una
corteza frontal inmadura (que es la que regula los estados de ánimo
y el comportamiento), pero también a un sufrimiento generalizado: si
están fatigados, excesivamente estresados o sobreestimulados, o a
una ruptura en la rutina, todo lo cual podría generar cierto grado
de ansiedad.
El problema surge cuando
estos berrinches aparecen de forma reiterada más allá de esta
subfase y entonces ya se hace el diagnóstico de Trastorno de Desafío
y Oposición (ODD por sus siglas en inglés) a niños entre los 5 y
los 17 años… donde los berrinches son el síntoma central. Muchas
veces se hace un doble diagnóstico de trastorno de ansiedad o del
estado de ánimo y ODD.
Algunos estudios afirman
que los niños que manifiestan mayor agresividad física y verbal
también muestran índices más elevados de ansiedad, de lo que se
deduce que este mal humor puede ser una estrategia de afrontamiento
para soportar la angustia.
Por su parte Leung y
Fagan (1991), describieron los berrinches como “la forma de ODD que
se experimenta en la primera infancia y señalaron tanto el enojo
como el temor, junto con variables familiares y del estilo de crianza
paterna, como factores que contribuyen a los berrinches.”
Pero la ansiedad como
factor predisponente a los berrinches no está probada. Y de hecho
algunos investigadores señalan que hay que distinguir entre ansiedad
estado de ansiedad de rasgo. La primera asociada a la situación
concreta y la segunda independiente de las circunstancias. Otra
posibilidad es que la ansiedad en lugar de ser la causa sea el
resultado del berrinche. Tal sería el caso de un berrinche que surge
por la angustia que le produce al niño el perder el autocontrol o el
berrinche debido a la forma de reaccionar de la madre o el padre.
Ante los berrinches
algunos aconsejan no prestarle atención al niño o aislarlo (“tiempo
de descanso”). Y muchos padres refieren que emplean el castigo, en
forma de críticas, restricciones físicas, burlas y disciplina
física severa. Pero lo cierto es que todas estas técnicas la mayor
parte de las veces no hacen sino incrementar la ansiedad del niño y
por consiguiente, los berrinches. De lo que no cabe duda es que la
intervención temprana es primordial para evitar una escalada y una
prolongación en el tiempo de una conducta que puede ser fácilmente
aplacada en cuanto aparece de forma natural y generalizada cuando el
niño aun es pequeño.
Solter (1992) redefinió
los berrinches como una forma sana y normal de expresar frustración
y dar salida al estrés, motivo por el cual recomienda que en lugar
de recurrir al aislamiento, los padres o cuidadores permanezcan junto
al niño en lugar de aislarlo, y verbalicen sus sentimientos y
experiencia para que el niño aprenda a poner en palabras lo que le
afecta y le dé significado (por ej. “Te sientes agotado después
de un día tan largo”, “Te sientes furioso por tal o cual cosa”,
etc.), una vez que el berrinche haya pasado.
Otra cosa que recomienda
Solter es que los padres permitan que el niño llore en lugar de
hablar de lo que le ocurre. Se trataría además de encontrar la
forma de que el niño se relaje, mostrando una actitud de
tranquilidad en lugar de una actitud violenta, distraerlo
lentamente, y mostrando siempre una actitud empática que permita al
niño recuperar el control sobre sí mismo y salir de su crisis
emocional.
Pero para muchos padres,
los llantos y los berrinches son conductas intolerables e
innecesarias y buscan consejos para que los bebés dejen de
protestar, patalear, llorar o molestar. Asumen que son cosas que los
niños deben controlar o reprimir. No consiguen verlo como una
expresión emocional para el equilibrio emocional del niño con
efectos positivos para su desarrollo futuro. “Las revelaciones
mas importantes en este sentido no provienen de estudios en los
bebés, sino de personas adultas que han hecho una terapia emocional
profunda y se han curado de enfermedades físicas y emocionales que
les han acompañado durante casi toda su vida. Ver reflejada la
intensidad emocional de las experiencias vividas en la
infancia.”(Álvarez, 2001)
Aunque la ansiedad o la
depesión no puedan asociarse fiablemente a los berrinches, de lo que
no cabe duda es de que la regulación emocional está implicada en
este tipo de conductas de los niños y de que se desarrolla con la
madurez cerebral.
La posibilidad de
observar y aprender conductas de afrontamiento, el adquirir una mayor
capacidad para comprender el mundo físico y social también son
elementos implicados, lo mismo que la mayor capacidad para expresarse
verbalmente.
Es tan perjudicial el no
poner límites, el dejar hacer, el no decir nunca no, como el
promover el berrinche y la rebeldía enganchándose al berrinche y
quejas del niño mediante la violencia verbal o física, aprobar
estas conductas dando pie a que el niño se convierta en tirano y los
padres en esclavos, o dar una respuesta ambigua o contradictoria que
desubique al niño. Una actitud coherente, desde la calma, desde el
propio autocontrol es la mejor manera de manejarlas, de manera firme
y de íntima comprensión. “Los berrinches son otra forma de forzar
los límites de la tolerancia de los mayores y conocer así la fuerza
y la tolerancia propias.” (Prekop, 1995).
Fuentes
Rodrigo, A. y Grillo,
M.C., Teorías emocionales
Mireault, G. y Trahan,
J., Los berrinches y la ansiedad en los niños pequeños. Un estudio
preliminar
Álvarez, A., ¿Por qué
lloran?
Prekop, J., El pequeño
tirano
Imagen: http://www.aprendoyeduco.com
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