martes, 20 de marzo de 2012

¿Qué hacer con los berrinches?


De acuerdo con Margaret Mahler, a partir de los 15 meses, el niño entra en la que ella denomina fase de separación-individuación que como su nombre indica es la fase en la que el niño sale de la fase simbiótica con su madre para ir separándose paulatinamente de ella y encontrar su propio yo. 
En realidad la separación y la individuación son dos procesos complementarios. La separación es lo que hace que el niño siga una trayectoria de diferenciación respecto de la madre, “el distanciamiento, la formación de límites y la progresiva desvinculación.” La individuación son los logros del niño en asumir su propia identidad, autonomía psíquica que incluye el desarrollo de la memoria, de la inteligencia, etc. Se trata pues, de un re-nacimiento que Mahler describe como “una ruptura definitiva de la membrana común madre-hijo.”

Dentro de esta fase se pueden identificar 4 subfases que se corresponden con cada etapa del desarrollo cronológico del niño hasta los 3 años.

En la fase que va de los 15 a los 24 meses nos hallamos ante la subetapa de acercamiento que consiste en el redescubrimiento de la madre por parte del niño que ahora ya es un individuo separado de aquélla, y por un regreso a ella tras las correrías que se suceden durante un más o menos breve periodo de ejercitación en el que el niño comparte con su madre sus descubrimientos y experiencias una vez la siente como una parte separada de sí mismo. A este pequeño “deambulador” le encanta estar separado de su madre pero también unido a ella, así que esta subfase se caracteriza justamente por berrinches, quejas y humor triste con fuertes reacciones de separación.

Los berrinches y ese mal humor son una crisis temporal del niño que Bath (1994) definió como la reacción natural del niño cuando no consigue regular sus impulsos emocionales lo que desemboca en una “aparente pérdida del autodominio” mientras descarta ciertas normas de conducta aceptadas previamente y en un grado tal que parece desproporcionado frente a cualquier situación.

Se ha atribuido la causa de los berrinches a diferentes cosas (aparte de la sugerida por Mahler): frustración objetiva o verbal del niño, su enojo, una corteza frontal inmadura (que es la que regula los estados de ánimo y el comportamiento), pero también a un sufrimiento generalizado: si están fatigados, excesivamente estresados o sobreestimulados, o a una ruptura en la rutina, todo lo cual podría generar cierto grado de ansiedad.

El problema surge cuando estos berrinches aparecen de forma reiterada más allá de esta subfase y entonces ya se hace el diagnóstico de Trastorno de Desafío y Oposición (ODD por sus siglas en inglés) a niños entre los 5 y los 17 años… donde los berrinches son el síntoma central. Muchas veces se hace un doble diagnóstico de trastorno de ansiedad o del estado de ánimo y ODD.

Algunos estudios afirman que los niños que manifiestan mayor agresividad física y verbal también muestran índices más elevados de ansiedad, de lo que se deduce que este mal humor puede ser una estrategia de afrontamiento para soportar la angustia.

Por su parte Leung y Fagan (1991), describieron los berrinches como “la forma de ODD que se experimenta en la primera infancia y señalaron tanto el enojo como el temor, junto con variables familiares y del estilo de crianza paterna, como factores que contribuyen a los berrinches.”

Pero la ansiedad como factor predisponente a los berrinches no está probada. Y de hecho algunos investigadores señalan que hay que distinguir entre ansiedad estado de ansiedad de rasgo. La primera asociada a la situación concreta y la segunda independiente de las circunstancias. Otra posibilidad es que la ansiedad en lugar de ser la causa sea el resultado del berrinche. Tal sería el caso de un berrinche que surge por la angustia que le produce al niño el perder el autocontrol o el berrinche debido a la forma de reaccionar de la madre o el padre.

Ante los berrinches algunos aconsejan no prestarle atención al niño o aislarlo (“tiempo de descanso”). Y muchos padres refieren que emplean el castigo, en forma de críticas, restricciones físicas, burlas y disciplina física severa. Pero lo cierto es que todas estas técnicas la mayor parte de las veces no hacen sino incrementar la ansiedad del niño y por consiguiente, los berrinches. De lo que no cabe duda es que la intervención temprana es primordial para evitar una escalada y una prolongación en el tiempo de una conducta que puede ser fácilmente aplacada en cuanto aparece de forma natural y generalizada cuando el niño aun es pequeño.

Solter (1992) redefinió los berrinches como una forma sana y normal de expresar frustración y dar salida al estrés, motivo por el cual recomienda que en lugar de recurrir al aislamiento, los padres o cuidadores permanezcan junto al niño en lugar de aislarlo, y verbalicen sus sentimientos y experiencia para que el niño aprenda a poner en palabras lo que le afecta y le dé significado (por ej. “Te sientes agotado después de un día tan largo”, “Te sientes furioso por tal o cual cosa”, etc.), una vez que el berrinche haya pasado.

Otra cosa que recomienda Solter es que los padres permitan que el niño llore en lugar de hablar de lo que le ocurre. Se trataría además de encontrar la forma de que el niño se relaje, mostrando una actitud de tranquilidad en lugar de una actitud violenta, distraerlo lentamente, y mostrando siempre una actitud empática que permita al niño recuperar el control sobre sí mismo y salir de su crisis emocional.

Pero para muchos padres, los llantos y los berrinches son conductas intolerables e innecesarias y buscan consejos para que los bebés dejen de protestar, patalear, llorar o molestar. Asumen que son cosas que los niños deben controlar o reprimir. No consiguen verlo como una expresión emocional para el equilibrio emocional del niño con efectos positivos para su desarrollo futuro. “Las revelaciones mas importantes en este sentido no provienen de estudios en los bebés, sino de personas adultas que han hecho una terapia emocional profunda y se han curado de enfermedades físicas y emocionales que les han acompañado durante casi toda su vida. Ver reflejada la intensidad emocional de las experiencias vividas en la infancia.”(Álvarez, 2001)

Aunque la ansiedad o la depesión no puedan asociarse fiablemente a los berrinches, de lo que no cabe duda es de que la regulación emocional está implicada en este tipo de conductas de los niños y de que se desarrolla con la madurez cerebral.
La posibilidad de observar y aprender conductas de afrontamiento, el adquirir una mayor capacidad para comprender el mundo físico y social también son elementos implicados, lo mismo que la mayor capacidad para expresarse verbalmente.

Es tan perjudicial el no poner límites, el dejar hacer, el no decir nunca no, como el promover el berrinche y la rebeldía enganchándose al berrinche y quejas del niño mediante la violencia verbal o física, aprobar estas conductas dando pie a que el niño se convierta en tirano y los padres en esclavos, o dar una respuesta ambigua o contradictoria que desubique al niño. Una actitud coherente, desde la calma, desde el propio autocontrol es la mejor manera de manejarlas, de manera firme y de íntima comprensión. “Los berrinches son otra forma de forzar los límites de la tolerancia de los mayores y conocer así la fuerza y la tolerancia propias.” (Prekop, 1995).

Fuentes
Rodrigo, A. y Grillo, M.C., Teorías emocionales
Mireault, G. y Trahan, J., Los berrinches y la ansiedad en los niños pequeños. Un estudio preliminar
Álvarez, A., ¿Por qué lloran?
Prekop, J., El pequeño tirano
Imagen: http://www.aprendoyeduco.com

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