jueves, 9 de febrero de 2012

Poner límites a los niños: ¿cuándo, cómo, por qué?


“Sucedió algo terrible y es que el discurso de los psicoanalistas se entendió mal. Françoise Dolto dijo que no hay que culpabilizar, sino dirigirse al chico como un ser humano responsable, pero todo lo que quedó fue lo primero. También dijo que el hijo debe estar en la periferia de la pareja, no en el centro. Sin embargo, por diversas condiciones sociales, el niño se transformó en un objeto raro alrededor del cual uno se centra, que da sentido a la vida, en lugar de ser periférico. Por otro lado, nunca en la historia de la humanidad se vieron en tan poco tiempo tantos cambios. 


Lo que recibimos de nuestros padres, y que ellos a su vez recibieron de los suyos, no nos sirve para nada. Ahora tenemos que preparar a los chicos para una vida que no conocemos. Antes estaba instalada una educación dirigista, que trataba a los chicos como si fueran pequeños primates. Y de allí se pasó a una especie de abandono del niño, porque no decir que no es una especie de abandono por parte de los adultos. Eso produjo una catástrofe de gran perversión y ahora se quiere volver al rigor. Pero el ser humano es un mamífero muy particular, de modo que no tiene que educarse como un animal ni abandonado a sí mismo. Actualmente, somos el único mamífero que no les da a sus pequeños los códigos para vivir en sociedad. Como si el hecho de nacer de un hombre y una mujer fuera suficiente para hacer de nosotros un ser humano. No... la humanización se construye. Pensamos que es suficiente amar, pero no lo es. Hay que amar... bien.”
Catherine Doltó*


Todo niño intenta transgredir las prohibiciones que les imponen los padres para reafirmarse y para pasar por la experiencia de lo que le presentan como peligroso con un “No”. Esto es humanizarse. Imitar lo que hacen los padres, tocar lo que tocan y manipulan los padres. Así que ese “No” o ese “No toques los enchufes”, como comenta Françoise Doltó en su magnífico libro La causa de los niños, no basta para contentar al niño. El niño siente que la descarga eléctrica que recibe al meter los dedos en el enchufe es un castigo del padre y se obsesiona con los enchufes y con la prohibición no comprendida del padre. ¿Qué más hace falta entonces para que el niño comprenda de qué va la prohibición, no se sienta castigado sino protegido y acate la negativa de experimentar con las cosas del mundo que le rodea como ve que hacen los adultos? Lo que falta es una explicación coherente. Es necesario que el niño entienda que los adultos tampoco metemos los dedos en el enchufe. Que la electricidad es útil pero que hay que aprender a manipularla de manera tal que no se corran riesgos innecesarios. Solo de esta manera el niño aprenderá a manipular los aparatos eléctricos y adquirirá un saber técnico que ya no es simplemente “magia”. Así es como el niño gana confianza en sí mismo y se siente protegido, ya no más arbitrariamente alejado del mundo de los objetos y del mundo de los adultos que velan por su seguridad. “Si se enseña al niño que el riesgo de los electrodomésticos también existe para el padre, admitirá la realidad del peligro.” 

Es decir, la ley es la misma tanto para los niños como para los adultos. Y es esto lo que debemos transmitirles a nuestros hijos. La ley, los límites y las prohibiciones deben ir acompañadas por explicaciones adecuadas a la edad del niño y a modo de demostración de que lo que no hace la madre –o el padre­­– (beber lejía, por ejemplo, comerse una colilla en la callle) es algo que a la madre también le esta “prohibido”. Esto hace que la prohibición ni humille ni culpabilice al niño y lo induzca en cambio a crecer e independizarse. Lo importante aquí es el ejemplo y la palabra enseñando lo que se puede hacer y lo que no debe hacerse en cada caso. Hay que ver al niño como un ser capaz, no como un impedido o un ser impotente. Es la única manera de que el niño se sienta plenamente confiado en los adultos y los tome como guía en quienes se puede creer. “Educar a un niño es eso: informarlo por adelantado de lo que su experiencia le probará. De esta manera, sabe que no debe hacer tal cosa no porque se lo hayan prohibido, sino porque sería una imprudencia, por la naturaleza de las cosas, por las leyes universales, y también por su falta de experiencia y de ejercicio previo en presencia del adulto-guía.” Lo que deben evitarse son los reproches: “No hagas esto…”, “Mira si serás tonto….” “Deja eso de una vez…” Cuando caemos en los reproches y las palizas lo que estamos haciendo es que le niño vuelva a caer en el mismo error una vez y otra y que no pueda –y no sepa– evitar el incidente. No ha intelectualizado o introyectado la información que necesitaba y se siente incapaz, desvalorizado e inseguro.

Por otro lado, tampoco debemos sobreproteger al niño. Podemos decirle “Ponte el abrigo porque hace el frío.” Y puede que el niño se niegue y se niegue a hacerlo. Pues nada mejor en tal caso que experimente por sí mismo lo que es pasar frío. La próxima vez sabrá que todas las personas nos abrigamos por algo. Hay un motivo. No se trata de un mero capricho ni de limitar su libertad. Lo mismo sucede a la hora de comer o a la hora de dormir.

La paradoja, como señala Dolto, está en que cuanto más segura parece nuestra sociedad, más indefensos y vulnerables se sienten los niños por falta de experiencia. Un niño solo tendrá autonomía y será responsable de su propio cuerpo, de su existencia como persona y de sus actos, si los adultos delegan en él su saber. No se trata en ningún caso de someter al niño por la fuerza, ni de darle órdenes tales como “Defiéndete” si es agredido por otro niño o “¡Come!” si se niega a comer. Los padres deben encontrar siempre mediante el ejemplo y la palabra el modo de que el niño asimile la experiencia y aprenda de ella para la próxima vez. Comerá en cuanto sienta hambre (¿por qué no puede pasar por la experiencia de pasar hambre cuando en el mundo a diario mueren de inanición miles de niños?), y se defenderá del agresor o agresores en cuanto aprenda las tácticas del agresor y las reglas que se siguen en la socialización.

*Catherine Dolto, haptonomista, es hija de la ya fallecida psicoanalista francesa Françoise Dolto. Esta cita está tomada de una entrevista realizada a Dolto por el diario argentino La Nación en 2005

Fuentes

La causa de los niños, Françoise Dolto
Imagen: entrepadres.com

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